Ayer por la tarde, caminando por la calle encontré una mariposa muy bonita, con sus alas extendidas pero cansadas, el color plateado en las formas del interior de sus alas deslumbraba con el sol, sin embargo, ella estaba lastimada, no podía volar. Mi corazón se conmovió al verla indefensa, no me quedó más remedio que llevármela con mucho cuidado de no lastimarla más, no podría dejarla a la deriva, a media calle para que su fin llegara en cuestión de minutos o segundos, era muy probable que fuera pisada ¡Ella, tan inofensiva y tan hermosa manifestación de la creación!
Repentinamente se posó en mi brazo con una quietud impresionante, admiré su capacidad de esfuerzo por volar ante la adversidad, admiré su pequeña magia amistosa y me dirigí a ella como Mari.
Investigué en internet sobre su especie y busqué lo que podía hacer para ayudarla, aunque fue poco, con el apoyo de mi amado compañero pudimos darle un sitio donde reposar con hojas y flores, una solución de azúcar para alimentarla y compañía. Lamentablemente, no pasó un día y ella murió. Me recordó que no podemos vivir sin ayuda de Dios, sin ayuda de todo lo que y los que nos rodean, no podemos volar sin esforzarnos, a veces hay que confiar aunque no conozcas el resultado, la vida tiene momentos hermosos pero es breve.

No podemos olvidar que un día volveremos al polvo de la tierra, no podemos olvidar que estamos aquí de paso para amar, aprender, hacer, ayudar, para creer, para ser una mínima pero milagrosa manifestación del pensamiento de Dios.
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